EL MARIDO QUE DEBÍA CUIDAR LA CASA: estereotipos
Érase una vez un hombre tan malhumorado que pensaba que su esposa nunca hacía nada en casa. Una noche, en la época de levantar el heno, regresó a la casa quejándose porque la cena aún no estaba servida, el bebé estaba llorando y la vaca no estaba en el establo.
-Me deslomo trabajando todo el día –rezongó- y tú te quedas en la casa para cuidarla. Ojalá para mí fuera tan fácil. Yo serviría la comida a tiempo, te lo aseguro.
-Querido, no te enfades tanto –dijo su esposa-. Mañana cambiemos nuestras tareas. Yo iré a segar el heno y tú te quedarás a cuidar la casa.
Al esposo le pareció muy bien.
-Me vendrá bien un día de descanso –dijo-. Haré todas las tareas en un par de horas, y dormiré toda la tarde.
A la mañana siguiente la esposa se echó una guadaña al hombro y enfiló hacia el henar. El esposo se quedó para hacer las tareas de la casa.
Primero lavó ropa, y luego se puso a preparar mantequilla, pero al poco tiempo recordó que debía colgar la ropa para secarla. Fue al patio, y acababa de colgar las camisas cuando vio que el cerdo entraba en la cocina.
Corrió a la cocina para ahuyentar al cerdo y evitar que volcara la mantequera. Pero apenas atravesó la puerta, vio que el cerdo ya la había volcado, y allí estaba, gruñendo y lamiendo la crema, que se extendía por todo el suelo. El hombre se enfureció tanto que se olvidó de las camisas y corrió al cerdo.
Lo capturó, pero el animal estaba tan embadurnado de mantequilla que se le resbaló de los brazos y atravesó la puerta. El hombre salió al patio, dispuesto a pillar a ese cerdo a toda costa, pero se paró en seco al ver la cabra. Estaba bajo la soga de tender ropa, masticando y engullendo las camisas. El hombre ahuyentó la cabra, encerró al cerdo y bajó las camisas que le quedaban.
Luego fue al depósito y descubrió que quedaba crema suficiente para llenar de nuevo la mantequera, y se puso a batir, pues debían tener mantequilla para la cena. Cuando hubo batido un poco, recordó que la vaca todavía estaba encerrada en el establo, y no había comido ni bebido nada en toda la mañana, aunque el sol estaba alto.
Pensó que el prado estaba demasiado lejos, así que la puso en el techo de la casa, pues debemos recordar que el techo tenía grama. La casa estaba cerca de una colina empinada, y pensó que le sería fácil subir la vaca si unía la ladera de la colina con el techo por medio de un tablón ancho.
Pero no podía dejar de batir, porque el bebé gateaba por el suelo. “Si me voy –pensó-, el bebé la volcará.”
Así que puso la mantequera en la espalda y salió con ella. Entonces pensó que le convendría dar de beber a la vaca antes de llevarla al techo, y consiguió un cubo para extraer agua del pozo. Pero cuando se agachó en el brocal, la crema se salió de la mantequera, le resbaló por los hombros y la espalda y se derramó en el pozo.
Se aproximaba la hora de la cena, y ni siquiera tenía preparada la mantequilla. En cuanto puso la vaca en el techo, pensó que le convendría hervir el potaje. Llenó la cacerola de agua y la colocó sobre el fuego.
Cuando hubo hecho esto, pensó que la vaca podría caerse del techo y desnucarse, así que trepó al techo para atarla. Ató un extremo de la soga en torno del pescuezo de la vaca, y metió el otro por la chimenea. Luego regresó adentro y se la sujetó a la cintura. Tuvo que darse prisa, porque el agua estaba hirviendo en la cacerola, y todavía tenía que moler la avena.
Se puso a moler. Pero mientras lo hacía, la vaca se cayó del techo a pesar de todo, y al caerse arrastró al pobre hombre por la chimenea. Allí se quedó atorado. Y en cuanto a la vaca, quedó colgando contra la pared, entre el cielo y la tierra, pues no podía subir ni bajar.
Entretanto la esposa, que estaba en el campo, esperaba a que su esposo la llamara a comer. Al fin pensó que había esperado demasiado y regresó a casa.
Al llegar vio la vaca colgada en esa incómoda posición, corrió arriba y cortó la soga con la guadaña. Pero en cuanto lo hizo, su esposo cayó por la chimenea. Y cuando ella entró en la cocina, lo encontró de cabeza en la cacerola.
-Bienvenida –dijo él, una vez que ella lo rescató-. Debo decirte algo.
Y le dijo que lo lamentaba, y le dio un beso, y nunca más se quejó.
Wiliam J. Bennett. El libro de las virtudes. Vergara.
Objetivo: Respetar y valorar el trabajo de los demás.
Contenido:Comunicación


Actividades:
1. Los chicos leen en voz alta este texto y el profesor explica el vocabulario desconocido.
3. Cada alumno hace una redacción con las tareas del hogar actualmente.
3.-Leer algunas redacciones.
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¡SI NO RÍES, NO VIVES!: tratamiento de las emociones positivas
¡SI NO RÍES, NO VIVES!: tratamiento de las emociones positivas
La risa es salud.El buen humor es salud.¿Estás seguro de pensar lo suficienteen este aspecto de tu bienestar?Si, a causa de las preocupaciones,Envejece el corazón,También tu rostroAparecerá pronto lleno de arrugas.La risa libera.El humor relaja.La risa es capaz de liberarteDe los falsos problemas.La risa es el mejor cosméticoPara tu belleza externaY la mejor medicinaPara tu vida interna.
Sí, riendo,Tus músculos trabajan regularmente,Tu digestión resultará beneficiada,E incluso tu apetito se estimularáY tu presión arterialPermanecerá estable.
La risa y el buen humorte liberarán de aquella lúgubre seriedadque vuelve los problemaspesados como el plomo;te liberarán, además,del triste “tran-tran” cotidiano.
La risa y el buen humorCrean espacios nuevosPara alegrías desconocidas.
Un día en que no has reído,Es un día perdido.
Phil Bosmans
Actividades:
1. El profesor lee cada párrafo y comenta con los alumnos su significado.
2. Cada chico contesta por escrito a estas preguntas:
a) ¿Qué relación hay entre la risa y el envejecimiento?
b) ¿Por qué la risa es el mejor cosmético?
c) ¿Qué órganos del cuerpo mejoran con la risa?
d) ¿A qué se compara la seriedad?
e) ¿Cómo podemos ser más optimistas?
3. Puesta en común leyendo algunas respuestas.

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EL BUEN SAMARITANO: solidardad
De pronto, las ruedas se hundieron de tal manera que ni el esfuerzo de los caballos conseguía desatascarlas.
1. El profesor lee el texto en alto y lo comenta con los alumnos.
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EL BUEN SAMARITANO: solidardad
Jesús contó la parábola del buen samaritano. Dijo así:
-Un hombre recorría el solitario camino de Jerusalén a Jericó y cayó entre salteadores, que lo despojaron de todo lo que tenía y lo aporrearon y se marcharon, dejándolo medio muerto. Sucedió que un sacerdote recorría ese camino, y cuando vio al hombre en el suelo, pasó por el otro lado. Y un levita, cuando llegó a ese mismo sitio, también siguió por el otro lado. Pero un samaritano llegó adonde yacía ese hombre, y en cuanto lo vio se apiadó de él. Se acercó al hombre y le vendó las heridas, vertiéndole aceite y vino. Luego lo levantó y lo puso sobre su bestia de carga, y lo acompañó hasta una posada. Allí lo cuidó toda la noche. A la mañana siguiente sacó dos monedas de su morral y las entregó al posadero, diciendo: “Cuida de él, y si necesitas gastar más, hazlo. Cuando regrese te pagaré”.
“¿Cuál de estos tres se comportó como el prójimo del hombre que cayó entre los salteadores?
-El que demostró misericordia -dijo el escriba.
Y Jesús le dijo:
-Pues compórtate de la misma manera.
Mediante esta parábola Jesús demostró que “nuestro prójimo” es el que necesita la ayuda que podemos brindarle, sea quien fuere.
Evangelio de san Lucas 10, 29-37
Actividades:
1. Leer en voz alta esta parábola.
2. Hacer equipos y contestar a estas preguntas:
a) ¿De dónde está tomada esta parábola?
b) ¿Qué hicieron el sacerdote y el levita?
c) ¿Qué hizo el samaritano?
d) Imagina tres situaciones en que podemos ayudar a alguien.
3. Puesta en común comentando las contestaciones.
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EL TRÁFICO DE BOCADILLOS: amistad
A la escuela iban juntos chicos y chicas. Una de éstas, que se llamaba Celia, era la hija del dueño de la pastelería de la esquina, en la que además de pasteles había toda clase de dulces. Todos los chicos procuraban ser amigos suyos porque, además de ser guapísima, siempre llevaba los bolsillos llenos de caramelos. Por eso era bastante presumida, pero a pesar de todo le preguntó a Cucho:
-¿Le gustan los pasteles a tu abuela?
Cucho se quedó pensativo y condescendió:
-Bueno, pero solamente si son de crema.
Un día, don Anselmo, el director de la escuela, se dio cuenta del tráfico de bocadillos entre la clase y Cucho, y se enfadó muchísimo. Don Anselmo era bizco, llevaba gafas, barbas, y tenía que estar casi siempre enfadado para que los chicos no le tomaran el pelo. Es decir, los nuevos se asustaban nada más conocerle, pero luego, según le trataban, se les pasaba el susto porque a lo más que llegaba era a gritar. En cambio, la señorita Adelaida, que era de las maestras, hablaba siempre muy suavecito, dándoles muchos consejos de toda especie, pesadísimos, aburridísimos. Y si los alumnos no le hacían caso, con la misma suavidad llamaba a los padres del desobediente, que se la cargaba.
Don Anselmo se enfadó muchísimo con lo del tráfico de bocadillos, emparedados y pasteles, porque se pensó que Cucho se los quitaba a los chicos para venderlos.
Por eso le llamó a su despacho y le preguntó:
-¿Para qué les quitas el bocadillo a los otros chicos?
Quizá pensó que se los quitaba porque Cucho era de los más fuertes de la clase y, aunque sólo tenía diez años, estaba más alto que muchos niños de once y hasta de doce años.
-No se los quito, me los dan -le explicó el niño.
-¿Y por qué te los dan? -insistió el director sin perder su enfado receloso.
-Para que comamos mi abuela y yo. Es que mi abuela ya no puede trabajar. Se ha roto una pierna.
-Vaya, hombre... -empezó a balbucear compungido don Anselmo.
Balbuceó compungido porque se dio cuenta de que el chico llevaba los zapatos muy rotos y la ropa también se la notaba muy vieja. Le llamó mucho la atención que los botones de la camisa, en lugar de ir cosidos en su sitio, estuvieran muy de lado, de modo que al abrochárselos en los ojales le quedaba la camisa como estrujada.
-¿Y por qué llevas los botones en un sitio tan raro?
-Es que me los cose mi abuela. Pero como no tiene gafas y ve muy mal, cada vez quedan en un sitio diferente.
-Vaya por Dios -se condolió don Anselmo. Luego, se puso muy reflexivo, abrió un cajón de la mesa de su despacho y sacó unas gafas de aire antiguo, con uno de los cristales rajado, y se lo estuvo pensando un rato. Por fin se las dio a Cucho.
-Éstas son unas gafas viejas que yo uso para leer, pero que no las empleo casi nunca. Igual a tu abuela le sirven. ¿Cuántos años tiene?
Era la misma pregunta que no supo responder al dependiente de la tienda de óptica. Y, como seguía ignorando la edad de su abuela, le respondió poco más o menos que al otro:
-Es una abuela de las viejas. Quizá sea mayor que usted.
Don Anselmo se enfadó:
-¡Seguro que es mayor que yo! ¿Pero qué te has creído?
Se enfadó porque era un hombre joven, aunque la bizquera y las barbas lo disimularan. Cucho pensó que ya no le daba las gafas. Pero se las dio.
-Bueno, que pruebe tu abuela a ver si le sirven.
Cucho tenía la mala costumbre de no saber dar las gracias. Por eso cogió las gafas y se salió del despacho sin decir nada. El director pensó que el niño se marchaba enfadado porque le había acusado de quitarles los bocadillos a los otros chicos, y le volvió a llamar:
-¡Cucho!
El niño ya estaba en la puerta, pero volvió a entrar.
-Oye -le explicó don Anselmo-, me parece que muy bien que los alumnos te den los bocadillos, ¿sabes?
-Si, señor -asintió el chico.
-Me hubiera parecido muy mal que les quitaras los bocadillos para venderlos en la calle.
Esto último lo dijo corriendo, como quitándole importancia a la cosa. Pero le dio una excelente idea a Cucho.
La idea fue vender los bocadillos sobrantes en la plaza de España, muy cerca de su casa.
Al director le hubiera parecido mal que robara los bocadillos para venderlos; pero no dijo nada de vender bocadillos regalados. Por si acaso, no comentó con nadie lo que hacía con la cantidad de bocadillos conseguidos cada día en la escuela.
No los vendía por capricho, sino porque necesitaban dinero en el ático de la calle de la Luna, para pagar el alquiler. El primer mes se lo pagaron entre todos los inquilinos, pero también tuvieron la mala suerte de que, como el edificio era muy viejo y amenazaba ruina, algunos de los ocupantes se marcharon a vivir a otras casas y, por tanto, ya no les podían ayudar.
Sólo siguieron viviendo la portera, que era tan anciana como la abuela; don Antonio, un viejo músico, y doña Remedios, dueña de una mercería junto al portal.
Además, a la abuela le convenía tomar leche y ésa no se la podían dar los alumnos de la escuela. Por eso necesitaban dinero.
Un día, doña Remedios le puso los pelos de punta porque le dijo:
-Mira, Cucho, lo mejor para tu abuela sería meterla en un asilo. Estará muy bien atendida.
De momento, Cucho no comentó nada. Pero cuando fue a la escuela, se lo preguntó a Celia, la hija del pastelero, que además de ser la más guapa, era la que más sabía de la clase y siempre sacaba las mejores notas.
-Oye, Celia, si a mi abuela la meten en un asilo, ¿qué me pasará a mí?
La chica se lo pensó y, como si fuera la cosa más natural del mundo, le contestó:
-Pues a ti te meterían en otro.
-¿Pero hay también asilos para niños?
-Claro.
La niña lo dijo con frialdad, como si le importara un pito lo que pasara a Cucho. Por eso éste, disimulando su rabia, le comentó también con mucha naturalidad:
-Oye, Celia, no me traigas más pasteles para mi abuela. Dice que la crema de dentro está agria y le hacen daño.
La niña, en lugar de enfadarse, se quedó muy triste y con los ojos a punto de llorar. Por eso Cucho se marchó corriendo, fastidiado, ya que aunque Celia fuera una presumida y una sabelotodo, con él siempre se había portado bien.
José Luis Olaizola. Cucho.
Actividades:
1. Lectura de este cuento en voz alta por parte de varios alumnos. Luego contestan por escrito a estas preguntas:
a) ¿Cucho quitaba los bocadillos a los otros chicos?
b) ¿Cómo llevaba Cucho los zapatos, la ropa y los botones de la camisa?
c) ¿Qué le pasaba a la abuela?
d) ¿En qué consistía el tráfico de bocadillos?
e) ¿Cómo ayudaba Cucho a su abuela?
f) ¿Cómo podemos ayudar a los demás?
2. Hacer una puesta en común con las distintas respuestas, leyendo de la a) a la e). Escribir en la pizarra las respuestas de la pregunta f).

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HÉRCULES Y EL CARRETERO. ESOPO.: superación
Un carretero conducía su carro muy cargado por un camino lleno de barro.
El hombre se quedó sin hacer nada, y de vez en cuando invocaba al Hércules para que le ayudase.
Al fin fue el mismísimo dios quien se presentó ante él y dijo:
-Hombre, cuando arrimes el hombro a la rueda y espolees a tus caballos, entonces podrás llamar a Hércules para que te ayude.
Si no eres capaz de mover un dedo para ayudarte a tí mismo, no esperes que ni Hércules ni nadie acuda a socorrerte.
El cielo ayuda a los que se ayudan a sí mismos.”
En un atolladero
El carro se atascó de Juan Regaña;
Él a nada se mueve ni se amaña,
Pero jura muy bien: gran Carretero.
A Hércules invocó; y el dios le dice:
«Aligera la carga; ceja un tanto;
Quita ahora ese canto;
¿Está?» «Sí, le responde, ya lo hice.»
«Pues enarbola el látigo, y con eso
Puedes ya caminar.» De esta manera,
Arreando a la Mohina y la Roncera,
Salió Juan con su carro del suceso.
El carro se atascó de Juan Regaña;
Él a nada se mueve ni se amaña,
Pero jura muy bien: gran Carretero.
A Hércules invocó; y el dios le dice:
«Aligera la carga; ceja un tanto;
Quita ahora ese canto;
¿Está?» «Sí, le responde, ya lo hice.»
«Pues enarbola el látigo, y con eso
Puedes ya caminar.» De esta manera,
Arreando a la Mohina y la Roncera,
Salió Juan con su carro del suceso.
Si haces lo que estuviere de tu parte
Pide al cielo favor: ha de ayudarte.
Pide al cielo favor: ha de ayudarte.
Actividades:
1. El profesor lee el texto en alto y lo comenta con los alumnos.
2. Se reparten fotocopias del texto a cada alumno para hacer una nueva lectura individual y para contestar a estas preguntas:
a) ¿Por qué se hundió la carreta?
b) ¿Hacía algo el carretero para sacar la carreta?
c) ¿A quién llamó el carretero?
d) ¿Qué le contestó Hércules?
e) ¿Cuando podemos los niños trabajar más y mejor?
LA ISLA DE LAS DOS CARAS: empatía
Lee el cuento y después realiza los ejercicios:
LA ISLA DE LAS DOS CARAS
La tribu de los mokokos vivía en el lado malo de la isla de las dos caras. Los dos lados, separados por un gran acantilado, eran como la noche y el día. El lado bueno estaba regado por ríos y lleno de árboles, flores, pájaros y comida fácil y abundante, mientras que en el lado malo, sin apenas agua ni plantas, se agolpaban las bestias feroces. Los mokokos tenían la desgracia de vivir allí desde siempre, sin que hubiera forma de cruzar. Su vida era dura y difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la tribu.
La leyenda contaba que algunos de sus antepasados habían podido cruzar con la única ayuda de una pequeña pértiga, pero hacía tantos años que no crecía un árbol lo suficientemente resistente como para fabricar una pértiga, que pocos mokokos creían que aquello fuera posible, y se habían acostumbrado a su difícil y resignada vida, pasando hambre y soñando con no acabar como cena de alguna bestia hambrienta.
Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al borde del acantilado que separaba las dos caras de la isla, creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el que pudieron construir dos pértigas. La expectación fue enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.
Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo que no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto... y dieron tanta vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando se vieron así, pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, decidieron inventar viejas historias y leyendas de saltos fallidos e intentos fracasados de llegar al otro lado. Y tanto las contaron y las extendieron, que no había mokoko que no supiera de la imprudencia e insensatez que supondría tan siquiera intentar el salto. Y allí se quedaron las pértigas, disponibles para quien quisiera utilizarlas, pero abandonadas por todos, pues tomar una de aquellas pértigas se había convertido, a fuerza de repetirlo, en lo más impropio de un mokoko. Era una traición a los valores de sufrimiento y resistencia que tanto les distinguían.
Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor, decidieron un día utilizar las pértigas. Nadie se lo impidió, pero todos trataron de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.
- ¿Y si fuera cierto lo que dicen? - se preguntaba el joven Naru.
- No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho? Yo también tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil -respondía Ariki, siempre decidida.
- Pero si sale mal, sería un final terrible – seguía Naru, indeciso.
- Puede que el salto nos salga mal, y puede que no. Pero quedarnos para siempre en este lado de la isla nos saldrá mal seguro ¿Conoces a alguien que no haya muerto devorado por las fieras o por el hambre? Ese también es un final terrible, aunque parezca que nos aún nos queda lejos.
- Tienes razón, Ariki. Y si esperásemos mucho, igual no tendríamos las fuerzas para dar este salto... Lo haremos mañana mismo
Y al día siguiente, Naru y Ariki saltaron a la cara buena de la isla. Mientras recogían las pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el miedo apenas les dejaba respirar. Cuando volaban por los aires, indefensos y sin apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura. Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y alborotados, pensaron que no había sido para tanto.
Y mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas, como en un coro de voces apagadas:
- Ha sido suerte
- Yo pensaba hacerlo mañana
- ¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga...
Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla sólo se oían las voces resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de miedo y desesperanza, que no saltarían nunca...
Completa la tabla:
Lado bueno
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Lado malo
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Características
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Acciones que ocurren
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Responde a las preguntas:
- ¿Qué has aprendido con el cuento?
- ¿Qué hubieses hecho tú si fueses un protagonista?
- ¿Pensabas que acabaría así?
En grupos preparad una pequeña representación de la historia.
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DOWNIE EL GUERRERO DE CHOCOLATE: el valor del saber
En un pueblo muy pequeño al norte de la India vivía un niño que se llamaba Jamal. Era de familia muy humilde, compartía habitación con sus cinco hermanos y nunca había ido más allá del bosque que rodeaba su aldea. Se dedicaba a ayudar en las tareas de casa, cuidar el ganado y en los ratos libres jugar con sus amigos a construir grandes figuras de barro que los pequeños bautizaron con el nombre de Downies, con el deseo que esas figuras se convirtieran en los guardianes de su humilde aldea.
Pero llegó un día que esa rutina de todos los días no fue suficiente para Jamal. Sintió un cambio en su interior, era la necesidad de conocer otras realidades y visitar otros lugares.
Jamal explicó a sus padres esa nueva necesidad que sentía y los dos lo comprendieron, pero su padre le contestó que, después de su viaje, regresara al pueblo cargado de riquezas, que esa sería la forma de ayudar a su familia a salir de la pobreza.
Su madre, en cambio, desapareció unos minutos y regresó con un pequeño guerrero de barro, semejante los guerreros Downi que Jamal solía construir con sus amigos, envuelto en un pañuelo. “Ve tan lejos como te lo pida el corazón, él te protegerá”, le dijo depositando la pequeña figura en su mano.
Su madre, en cambio, desapareció unos minutos y regresó con un pequeño guerrero de barro, semejante los guerreros Downi que Jamal solía construir con sus amigos, envuelto en un pañuelo. “Ve tan lejos como te lo pida el corazón, él te protegerá”, le dijo depositando la pequeña figura en su mano.
Así fue como el pequeño Jamal dejó el lugar que lo había visto nacer y crecer y se adentró en el bosque, cruzó montañas, malvivió en grandes ciudades, aprendió a meditar en los grandes templos hinduistas, se refugió en la guarida de sabios expertos en la sanación con yerbas mágicas, lucho contra animales y aprendió a respetarlos y domesticarlos. Vivió mil y una aventuras que lo formaron y lo enriquecieron como persona.
Jamal regresó a su poblado años después pero no cargado de riquezas como le exigió su padre, sino cargado de experiencias y conocimientos. Jamal se había convertido en uno de los hombres más sabios del país y trajo a su pueblo la riqueza soñada por su padre pero gracias a la astucia que había adquirido durante su viaje.
Desde aquel día en el poblado de Jamal, todas las mujeres cocinan deliciosos downies de chocolate en forma de guerrero que les recuerdan a los niños de la aldea que con el conocimiento pueden llegar hasta donde quieran.
Después de leer el texto el profesor sacará los siguientes temas a debate en el grupo grande:
- ¿Que os parece la petición del padre de Jamal? Pensáis que hubiese sido mejor que hubiese vuelto cargado de dinero que de conocimientos? ¿Quien es mas rico, el que mas sabe o el que mas dinero tiene?
- ¿Que cosas creéis que aprendió Jamal en su viaje?
- ¿Porque le dio su madre un guerrero de barro? ¿Que creéis que significa?
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EL JARDINERO Y LA FAMILIA: cabezonería
Mira el vídeo sin perder detalle:
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EL JARDINERO Y LA FAMILIA: cabezonería
Mira el vídeo sin perder detalle:
Haz una breve descripción de los siguientes personajes:
- Larsen (el jardinero)
- La madre
- El padre
- La princesa
- El hijo
Responde a las preguntas:
- ¿Quién es (o quienes son) el personaje "bueno" en este cuento? ¿Porqué?
- ¿Quién es (o quienes son) el personaje "malo" de la historia? ¿Porqué? ¿Qué rasgos le caracterizan?
Analicemos la cabezonería de la madre. ¿Le ha traído alguna ventaja? ¿Y algún inconveniente? ¿La cabezonería es una virtud, o un defecto?
Comentémoslo en el grupo grande:
- ¿Vosotros sois cabezones?
- ¿Que es lo contrario a cabezonería? ¿Es bueno eso?
- En que situaciones hay que mantenerse cabezón/a y en cuales no? Dad tres o cuatro ejemplos de cada opción.
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EL PATITO FEO: prejuicios
Antes de ver el vídeo:
Los alumnos ya conocen la historia, por lo que se les pedirá que la comenten y entre todos se intentará hacer un pequeño resumen (de modo oral e informal). Después se visualizará el vídeo:
Se preguntará a los alumnos que sensaciones y sentimientos les ha despertado el cuento.
Estudiarán tanto el personaje del protagonista (el que es marginado) y los del entorno de este (los que lo marginan).
Individualmente realizarán un ejercicio de reflexión:
El profesor entregará a cada alumno media hoja de papel. En un lado de esta escribirán una situación en la que hayan sido "el patito feo" y en el otro una situación en la que hayan desempeñado el rol contrario. Debajo de cada situación escribirán como se sintieron al respecto y como lo ven ahora.
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EL CAZO DE LORENZO: respeto
Después de visualizar el vídeo los alumnos intentarán explicar que simboliza el cazo, hasta llegar a la conclusión de que representa cualquier diferencia posible con respecto a los demás.
Se dividirán en grupos de 4 o 5 personas y cada uno tendrá que pensar una diferencia con respecto a los demás. Así, ellos verán que ser diferente o tener diferencias con respecto a los demás no es negativo, e incluso puede ser algo que los haga especiales y únicos.
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CAPERUITA ROJA, LOS TRES CERDTOS Y EL LOBO FEROZ: aceptar nuevas alternativas
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CAPERUITA ROJA, LOS TRES CERDTOS Y EL LOBO FEROZ: aceptar nuevas alternativas
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LA VERDADERA HISTORIA DE CAPERUCITA ROJA: empatía, nuevas perspectivas
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PÁJAROS: aceptar lo nuevo/diferente
Escribe n tu cuaderno que sentimientos y pensamientos crees que han tenido los pajaritos y el pájaro grande. Coméntalo en el grupo y llegad a una conclusión.
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ESE NO ES MI PROBLEMA: responsabilidad y equipo
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KIWI!: lucha por los sueños
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